Friday, November 30, 2007

Gerundio


Cuatro golpes sobre la mesa anunciaron que los hilos debían de chocar, tensarse y obrar sin chistar, que debían obrar en el silencio aciago de romperse a cada instante, sin saber rumbo alguno para su movimiento de salida.

Aunque de ausencias se hablaría, por el hecho de la misma ausencia, no sería nada más que eso, el empeño de dibujar ochos perdidos en algún espacio remoto, o cualquier otra melodía enterrada como pretexto para dejar las máscaras de un lado, quitarse la piel antigua y tal vez, en algún momento congelar la imagen para todos, con todos y desaparecer, ser partícipes de la posibilidad cierta de la negación del atributo del vacío, de volver a juntar las piezas repartidas en un rito de mismidad en un gerundio sin pretensión ni ocaso prevenido: ni la ilusión de la mirada ni la imagen de la palabra, sólo la vertiente que dejaron las heridas para dejar conocer a un presente que vive y decide según su propia naturaleza. Una cicatriz como gerundio de no-hacer.

La negación no sería la ausencia del atributo, cuatro golpes que verterían el simulacro sobre el verbo del simulacro, sería la aproximación que renunciaría a la ironía que es dejar la espada sin nunca antes haberla tomado, pintarse el rostro con el polvo de un fracaso, o cortar uno de un millón de brazos en el garabato balbuceado en contra del pensamiento ajeno; eliminar uno de un millón de brazos torcidos sería sino, la estratagema usada por el gerundio de la muerte anunciada que no escondió las cartas para asegurar su propia partida. Un latido gutural como gerundio de no-hacer.

Por los mismos cuatro golpes lo supo, por la bofetada que lo haría probar su propia sangre aventó simulacro por simulacro, por equilibrar ecuaciones desconocidas, y por quitar el alimento de su boca a riesgo del aullido, dejó abiertas también las compuertas para dejar andar lágrimas estancadas. Cuatro corceles llevaron su mensaje: un balancín, un reloj sin arena y un sobrecito de líneas que separaron la sombra que iba dejando una taza de contraluz en la mesa; el resto, una propuesta abstracta cosida a dos capas más dos risas tristes que alguna vez sucumbieron a la osadía de afrentarse a la perpetuidad de hallarse en otro, para cumplir con lo que nunca pretendieron comprender, la osadía de intentar una y cien veces tallar sobre la madera un propósito inexpugnable, cambiar cada letra por un saco de ojos abiertos para levantar el vuelo de las aves nocturnas.

Sólo podría averiguarlo sintiendo el hilo correr y tensarse sobre su boca. Participio de partir.


2 comments:

AnaR said...

Partiendo.Y un montón de connotaciones...
Inquietante este texto.

Un abrazo

Laura Gomez said...

Es buenísimo el texto... hace tiempo no pasaba por tu blog y encontrar algo tan bien logrado me encantó.
Saludos